SOCIEDAD / A contramano de un mundo marginal



“Aquello que diferencia a los «delicuentes», a la «subclase», a los «socialmente inadecuados» y a los «elementos antisociales» del resto de personas «normales» de la sociedad no es su actitud y conducta, sino el trato que reciben de la sociedad, la actitud y conducta de los «normales» hacia ellos.”
Zygmunt Bauman



De un sopetón abrupto se levanta el anciano al oír las campanadas a modo de llamado a su puerta; se calza las pantuflas y arremete hasta el umbral que distancia su morada del espacio público, cuando gira el picaporte, acto previo a mover la construcción de madera encastrada con bisagras en la pared, se da cuenta que nuevamente un sonido imaginario lo engañó. Es el delirio de estar esperando esa carta que nunca llega, de fantasear con el cartero que nunca se anuncia, de creer que aún es posible leer de puño y letra, estampilla mediante, las buenas nuevas de su hija que vive a algunas millas de distancia.
El hombre sentía que un teléfono era un gasto innecesario asique optó por darle de baja a la línea fija, de celular o computadora ni hablar ya que este viejo se obstina en no hacerle el juego a las empresas que según dice “nos crean necesidades que antes no teníamos, ahora todos parecen seres pantalla”. Penosamente eso lo distancia, lo mantiene al margen de un complejo entramado que muy a su pesar se desarrolla a pasos agigantados, por eso debe conformarse sólo con ver a sus nietos cuando lo visitan para las fiestas de fin de año o por alguna otra feliz eventualidad que los trae por su casa, que para no ser menos que todo el contexto restante, se encuentra a las afueras de una atareada ciudad.
Este nativo bucólico de un época de antaño negado a migrar en el digitalismo se topa con un mundo atestado de nativos e inmigrantes digitales que ahora no mandan cartas pero reciben mails, no van a reuniones pero afirman asistir a eventos mediante una identidad virtual, no tocan si no que dan zumbidos y no juegan hacen bailar el trompo si no que pasan ratos de dispersión en los videojuegos. Un contexto histórico denominado por el Manuel Castells como el capitalismo informacional, que se caracteriza por ser la etapa siguiente al capitalismo industrial.
Este capitalismo informacional tiene una afinidad selectiva con dos fenómenos, la globalización y el neoliberalismo. Con el neoliberalismo la relación es más evidente, es gracias a un mundo descorporeizado que el culto a lo intangible se cunde provocando un desarrollo sin precedentes en la ola financiera, en las especulaciones del capital, y en la concentración de la toma de decisiones que ahora no necesita ni siquiera de viajes para reuniones, le basta con teleconferencias.
En cuanto al vínculo con la globalización, que en este caso es el punto que nos compete, la cuestión se hace menos evidente aunque a primera vista pareciera ostensible; es cierto que la globalización en tanto que fenómeno cultural de uniformación del modo de vida, de los parámetros éticomorales y del modo de producción hegemónico, es un aliado visible e inestimable del capitalismo informacional, sin embargo es un tándem que sedimenta las contradicciones del sistema vigente al tiempo que fortifica determinados mitos que supuestamente palearían esas contradicciones.
Esto quiere decir que esta unión de fenómenos afines, el capitalismo informacional y la globalización, se enarbolan como propuestas que achican las brechas y atacan las desigualdades cuando en realidad profundizan las grietas y disparan las distancias. Los mitos que se precipitan creando una falsa idea de acercamiento mundial pueden resumirse en la manipulación del tiempo y los espacios mediante la red internet y las abundante telecomunicaciones, la conectividad que posibilita acceso a multiplicidad y vastedad de contenidos e información de manera económica y el aparente consenso con un determinado carácter y hábitos que hacen que todos adhiramos a consignas como “sí a la paz mundial” o “el respeto por los derechos humanos”.
Sin negar que estos aforismos tienen su cuota de verdad y de valor, de ningún modo pueden ser fundamentados como una expresión ecuménica, como si la divisoria tecnológica no fuese una realidad de la construcción geo-política en la que hay potencias con innovaciones de punta y países periféricos con los resabios de lo que para ellos ya es obsoleto; o como si el avasallamiento de la pluralidad cultural sería perpetrado siempre con idílica vehemencia respetando esa hipócrita “paz mundial”. O como si acaso la trayectoria individual para trascender el tiempo y los espacios sea un progreso incuestionable que no hace mella en las maneras en que sostenemos nuestras relaciones sociales, a todas luces yermas de sustento humano genuino.
Nuestro protagonista ahora sufre traumas en la forma de relacionarse porque nadie le aviso que se venía un orden mundial que sería indiscutiblemente considerado como un progreso. Pero como el buen hombre mantiene su sagacidad reluciente no permite que los mitos de la nueva era le encandilen el raciocinio obligándolo a resignar sus ganas de leer de puño y letra a su hija, para darle paso a una lectura despojada de espontaneidad y empeño, anclada en un rectángulo y corregida automáticamente por un programa de computadora; el anciano no se doblega, y aunque para algunos él sea un caprichoso testarudo, para otros él es un ícono de resistencia a los avatares de este vericueto esteticista, frívolo y superficial que algunos han dado en llamar post-modernidad.

por: Franco Hessling / ILUSTRACIÓN: Florencia Aristarain