LITERATURA / Liliana Bellone

Narradora, poeta, ensayista y crítica literaria salteña, Profesora en Letras. Ejerció la docencia y la investigación. Publicó más de una decena de libros, entre ellos, las novelas: Augustus (Premio Casa de las Américas de Cuba 1993), editada en La Habana, Fragmentos de siglo, Las viñas del amor y Eva Perón, alumna de Nervo, libros de cuentos, poesía y teatro. Publica textos literarios y críticos en revistas especializadas de Salta, Buenos Aires y La Habana. Coordina talleres, seminarios y cursos de teoría, escritura y crítica literaria auspiciados por entidades oficiales y privadas.



LA CASA DE LA BOHARDILLA

Sobre la Avenida de Mayo, los plátanos; arriba, el cielo luminoso de Buenos Aires en el mes de agosto, sobre el cuarto piso, la bohardilla y en la bohardilla el rostro.
Primero fue un rostro remoto, desconocido, que luego fue definiendo sus rasgos: cabello corto entrecano y escaso, muy fino, cutis también muy blanco, levemente sonrosado, alargado y pequeño que, a pesar de lo marchito, dejaba traslucir la hermosura perdida; no podía ver el color de los ojos, pero se advertían castaños.
Todas las tardes, a la misma hora, aparecía el rostro en la bohardilla, o mejor dicho el breve cuerpo, pero que apenas se distinguía porque la balaustrada lo cubría. Entonces yo lo contemplaba. Había lago en esa cara, una reminiscencia.
La repetición se convirtió en juego. Me asomaba al ventanal de mi cuarto y miraba a mi vecina del frente, allá, en la bohardilla. La señora no me miraba, a veces sacaba una maceta o una jaula con un pájaro. Seguramente la viejecita vivía allí, en ese altillo con mirador. Imaginé su rutina, su té, sus frugales cenas, sus berrinches, su insomnio, sus pantuflas y sus recuerdos.
En las últimas horas en que estuve en el hotel, salí a despedirme de ella. Entonces vi a dos mucamas y a una enfermera que intentaban entrarla apresuradas. Había comenzado a refrescar.
Ella me miró por primera vez y me reconoció. –Eres tú, eres tú –parecía decir asombrada. Me saludó feliz y entró en el edificio.


EL CUCÚ

De pronto recordé al cucú, en la cocina de la casa de mi tía Alba, una mansión que para mí representaba algo así como un castillo, pues tenía dos plantas, tres patios, cocheras y despensa donde se almacenaban dulces y fiambres para el invierno a la manera de las viejas costumbres.
El cucú daba las horas con su trino y todos insistían para que lo mirara, pero, cosa extraña, yo nunca pude verlo. Tal vez era muy pequeña o muy distraída. Entonces olvidé al cucú. Legué a pensar, durante esta mañana en que el sueño me mantenía aún amarrada a su mundo, que esa maravillosa máquina doméstica había sido una fantasía de la infancia y que nunca había existido. Recordé algunas líneas de Borges, casi dormida todavía, en donde dice que al paso de los años todo es igual, el que algo haya sucedido o no haya sucedido, y más aun, el que hayamos sido o no hayamos sido, pues nuestras nadas poco difieren.


FOTO: Mariano Salazar