ECOLOGÍA / El espacio público digital

Desde un comienzo, el enlace exitoso entre espacio público y discurso público fue la mejor forma de ejercicio de la libertad de expresión. Recuperar la plaza como concepto de lugar común donde se mueve lo social y lo espacial como aspectos indisolubles e indistintos, y transformarlos. Más que transformarlos, resignificarlos en foros de discusión, de decisión, de revolución.

Hoy en día, las culturas hegemónicas (y no tanto) se basan en medios audiovisuales para la formación de las personas. En este modelo, los agentes no tienen capacidad de producir información; se limitan a reproducir o reflejar la información propuesta por estos medios. Por lo tanto, la opinión pública sigue estando fuertemente ligada a la comunicación audiovisual. Sin embargo, estamos en presencia de un cambio fundamental para la construcción de la identidad del individuo; la manifestación y el desarrollo de una nueva parte del sujeto que nos permitirá superar los límites relacionales impuestos por los medios de comunicación de masas: la identidad digital.
Edwin Gardner manifestó “No hay necesidad de arquitectura, ahora tenemos Facebook”, lo que nos lleva a reflexionar sobre la repercusión del uso de las redes sociales (espacios virtuales) como sustitutos de los entornos construidos para establecer prácticas sociales. Según la hipótesis de Gardner, a consecuencia del uso de Internet prolifera el carácter dinámico y fugaz de los intercambios humanos, insinuando que la dependencia creciente del ciberespacio supone, a mediano plazo, nuestra metamorfosis en pseudocuerpos o almas puras que acabarían volcando toda su energía espiritual en la Red en pos de bienes comunes.
El valor añadido de este recurso tecnológico es la posibilidad de estar en contacto con personas de todo el globo al mismo tiempo; situación que en el espacio público tradicional sería simplemente imposible por una cuestión de movilidad. De esta manera, pueden difundirse ampliamente las convocatorias por estos medios y obtener respuestas globales. Los poderes acostumbrados a interpretar el mundo a partir de grupos políticos reconocibles (clases sociales, oligarquías, fuerzas armadas, credos) son incapaces de enfrentarse a acontecimientos en los que los protagonistas son aquellos que tradicionalmente no han tenido voz y que hoy se están sirviendo de las herramientas anónimas de la Red para ser escuchados. “La única cosa que todos tenemos en común es que somos el 99% que no tolerará más la codicia y la corrupción del 1%” argumentan los participantes del Movimiento Occupy. Pero este anonimato colectivo está virando hacia la construcción de una identidad individual para el ejercicio de los derechos de forma directa, como ya mencionamos.
Por otro lado, los derechos constitucionales se ven invadidos recurrentemente, así como los espacios donde se los ejerce, mediante el acelerado proceso de privatización y colonización de ámbitos públicos por empresas al que diariamente estamos expuestos. Esta ocupación es física y psíquica, mediante todos los medios de publicidad audiovisual. Se pintan o proyectan en las veredas, ocupan edificios y autobuses, penetran en las escuelas y en las instituciones deportivas, en los escenarios con el patrocinio de casi todos los eventos. Proliferan las plazas semipúblicas de los centros comerciales y el auspicio de barrios o ciudades enteras adquiriendo poder político sobre estas comunidades. Vemos entonces la dimensión de la problemática y hasta qué punto los agentes privados invaden la calle, que es el espacio público por excelencia. Paradójicamente, las calles se han convertido en el artículo más valioso de la cultura publicitaria.
A raíz de esto, nace en la sociedad una creciente ansiedad por encontrar en los pocos ámbitos todavía no comercializados algún remedio a las dificultades creadas por el devenir político y la convicción de que la concentración de medios en pocas manos ha logrado devaluar el derecho a la libre expresión, además de la dificultad de contrarrestar el continuo avance de las marcas. Entonces aparecen nuevas prácticas para rechazar la indolente actitud de aceptar el marketing en el espacio público.
La primera se desarrolla con Guy Debord y los situacionistas de París de Mayo de 1968, que fueron los primeros en descubrir el poder de un simple détournement: la transformación de una imagen, un mensaje o un objeto cuando se extrae de su contexto y adquiere un significado nuevo, criticando a la cultura pasiva de la observación (nacida del placer de la sociedad capitalista corriente). La intervención en numerosos avisos publicitarios distorsiona el mensaje y genera reflexiones críticas sobre el tema.
¿La libertad es el refugio de los derechos? ¿O la seguridad es el refugio? ¿El refugio equivale a estos valores, o es lo opuesto? ¿O el concepto de refugio vira a una tricotomía donde el refugio es el regulador entre estos dos factores en pugna?
A pesar de todo, no conviene dejarse llevar, por la ilusión de que las herramientas digitales puedan constituir por sí mismas una alternativa definitiva para combatir los sistemas de dominación heredados de siglos pasados, ya que estos espacios para la comunicación muchas veces se caracterizan por su volatilidad, inestabilidad y/u obsolescencia a corto plazo, de modo que es difícil predecirlos como los espacios públicos del futuro. Podemos ampararnos en ellos para una construcción individual y ciudadana, pero con prudencia (aunque es emocionante participar de la contemporaneidad en tiempo real).
El espacio público tiene ahora un paralelo en las redes sociales, donde existe una continua retroalimentación; ideas que surgen en el mundo virtual, pueden trabajarse desde el imaginario colectivo de las redes sociales, para luego materializarse en eventos públicos presenciales y viceversa.
A pesar de que el poder emancipador de las nuevas tecnologías de comunicación es real, el poder todavía vigente de la comunicación tradicional es auténtico. La ciudad, la plaza, la calle, los edificios enmarcan y definen modos de vida que son singulares en cada territorio. Las ciudades contribuyen a definir el carácter ciudadano y la identidad.
En definitiva, estamos justo al principio de un interesante proceso de formación de lo que podríamos llamar “espacios híbridos”: espacios públicos con carácter y cualidades profundamente relacionadas con una capa invisible de relaciones y redes locales construidas en Internet. Planteo el uso de las redes sociales, no como un sustituto al espacio público sino como un nuevo refugio, ya no del anonimato sino de la identidad ciudadana construida. El uso de las redes sociales para el ejercicio del espacio público es su mejor complemento.

por: Ana Jael Bengualid / ILUSTRACIÓN: Mar Blanco